Lo que no se dice de las listas mundiales universitarias
Comencemos por apuntar la primera de las obviedades: Se ha generado tal papanatismo en relación con los distintos instituto que establecen listas de excelencia de las universidades del mundo que lo que era nada más que un instrumento de cotejo, como mecanismo clarificador de algunos aspectos –singularmente el de investigación-, para aportar una somera idea de los puntos fuertes y debilidades, a modo de NAFO, de un sistema universitario concreto, parece haberse convertido, incluso en el ánimo de quienes dirigen las doctas instituciones, en un fin en sí mismo, que lleva a una tremenda homogeneización de los centros docentes, al querer destacar todos ellos en todos los aspectos sujetos a análisis, de modo que puedan escalarse puestos en la lista venidera. Mutatis mutandis, es la política que practica la Xunta cada año al incrementar todas las partidas un poco más respeto del año anterior, de modo que ningún partido de la oposición pueda reprocharle haberse descuidado en un capítulo concreto. Y claro, queriendo contentar a todos, no se hace la debida política económica basada en criterios de objetividad y desarrollo.
Existe abundante literatura de las manifiestas ventajas de la luz que aportan estas listas, pero también de las claras desventajas y, aún, hándicaps no tenidos en cuenta y que distorsionan los resultados finales, especialmente los del Academic Ranking of World Universities (ARWU), más conocido como ranking de Shanghái, y al que rectores y claustros parecen conceder una suerte de reverenciada sumisión que les hace caer en la propia trampa que el estudio presenta, singularmente para las instituciones más pequeñas.
Centrado más en el aspecto cuantitativo, cabe deducir que más no es necesariamente mejor. Y si el índice de Shanghái se asienta en el volumen, es lógico que salgan primadas las universidades más grandes, al no aplicase ningún elemento corrector.
Otro denostado aspecto no menor de estas listas es considerar a las universidades como entes homogéneos, en el que todos los departamentos deben estar a la misma altura. Lo que perjudica a los centros pequeños en detrimento de los grandes, que si pueden permitirse ingentes cantidades de malos docentes o investigadores improductivos diluidos en la más amplia masa de profesionales más eficientes.
Esa misma concepción analítica lleva a que las pequeñas, para escalar en la lista, deban preocuparse de todos los aspectos analizados, en tanto que las grandes pueden establecer criterios de priorización docente o investigadora, en función de sus propias conveniencias académicas, lo que les permite un mayor grado de especialización.
En fin, la lista de elementos no tenidos en cuenta se hace interminable, siendo el más grave el de esa tendencia uniformizadora que atenta contra uno de los principales basamentos de un sistema universitario concreto, ubicado en un tiempo y en un espacio específicos a los que ha de aportar conocimiento y su transferencia adecuados a esa realidad.
Así que no debiera preocuparse tanto el Rector de la Universidad Compostelana al ver a su centro convertido en una suerte de los Celta o Deportivo cuando eran equipos ascensor, porque la USC fluctúa, según el año, en una horquilla que va de los 400 a los 600, del mismo modo que ningún centro español esté entre los cien primeros. Hay otros indicadores, acaso menos dados a estas generalizaciones, que atienden a criterios de mayor especificidad y que sitúan a alguna universidad española entre las diez primeras del mundo, referidas a universidades jóvenes.
Hay, evidentemente, en la lista de Shanghái algún elemento de preocupación para la USC que debe corregirse, como pasó con la concepción endogámica que en las universidades españolas llegó a índices del90 % y que estas listas ayudaron a mejorar. Pero las correcciones deben asentarse en el convencimiento de la mejora en esos aspectos no porque su perfección suponga auparnos en una lista en la que una universidad pequeña como la de Fonseca está condena a mantenerse en ese listón medio de las 500 mejores del mundo. Vigo mismo pasó de estar entre las 500 mejores a situarse en el intervalo de 800 a 900, sin una explicación clara.
Así que miremos las listas de Shanghái y las otras como una lejana luz que marca una dirección más que la obligada corrección de carencias que acaso no lo son tanto o no interesan primordialmente a la institución académica compostelana.
Lo decía D. Quijote, prudencia, amigo Sancho.